Mostrando entradas con la etiqueta Libro II. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Libro II. Mostrar todas las entradas

jueves, 27 de septiembre de 2007

Testamento explicado por Esopo


Esopo era un verdadero oráculo, si es cierto lo que cuentan de él. Sabía más que todo el Areópago de Grecia. ¿Queréis una prueba? Pues os contare una historieta, que os ha de agradar.
Cierto ciudadano tenía tres hijas: ¡Cuán diferentes las tres! Una era dada a la bebida; otra, coquetona; la tercera tacaña y avarienta. Nuestro hombre hizo testamento, y con arreglo a la ley, dividió su hacienda en partes iguales, legando a la madre un tanto, que no se había de abonar hasta que cada una de las hijas hubiera perdido su legítima.
Muerto el padre, las tres hijas, ansiosas, van a enterarse de su última voluntad. Les dan lectura del testamento, y empiezan los comentos y las interpretaciones; pero en vano se devanaban los sesos. ¿Cómo explicar la condición de que las hermanas habían de abonar su parte a la madre cuando perdiesen la suya? Mal puede pagar quien nada tiene. ¿Qué quiso decir el testador? Consultaron el caso; los abogados más famosos, después de darle mil vueltas al asunto, se declararon vencidos, y aconsejaron a las herederas que se repartiesen las haciendas desde luego sin más ni más. En cuanto a la pensión de la viuda, opinaron que cada una de las hijas cargase con el tercio de ella, pagadero a su voluntad, si no preferían formarle una renta, que debía correr desde la muerte del testador.
Resuelta así la cuestión, hicieronse tres lotes de la herencia: entraron en la primera los viñedos y lagares, la bodega bien repleta de vino de Chipre y de Malvasía, la vajilla de plata y de cristal, los esclavos de mesa y de cocina: todo lo que daba halago al paladar. Formose el segundo lote con la casa que había en la ciudad, muy elegante y bien amueblada, con las peinadoras, y los eunucos, y las hábiles costureras, y las joyas y los trajes: y quedaron para el tercero las granjas y las bestias de labor, los pastos y los ganados.
Hechos estos lotes, pensaron que, si echaban suertes, quizás ninguna de las herederas quedaría contenta, y para evitarlo, decidieron que cada cual tomase la parte que mejor le pareciese, previo el debido justiprecio.

Pasó esto en Atenas, y todos grandes y chicos aprobaron el reparto y la elección: Esopo solamente dijo, que después de tanto cavilar, habían tomado el rábano por las hojas. “Si abriera los ojos, el difunto, exclamaba, ¡cómo criticaría al pueblo ateniense! Presume ser el más perspicaz de todos, y no ha entendido la voluntad de un testador.” Así dijo el fabulista, y después hizo las pariciones de la herencia a su manera. Dio a cada hermana el lote que menos le agradaba: a la coqueta las viñas y las bodegas; a la amiga del mosto, los sembrados y los pastos; a la avarienta las galas y las joyas. De esta manera, decía Esopo, cada hermana se deshará del lote que le toca, sacando de la venta buen dinero: con este caudal encontrará excelente marido, pagará la parte de su madre al contado, y no poseerá los bienes paternales, cumpliéndose el testamento al pie de la letra.
El pueblo Ateniense no podía volver de su asombro, al ver que un hombre solo tenía mejores entendederas que todos los demás juntos.

domingo, 23 de septiembre de 2007

El león y el jumento yendo de caza.


El rey de los animales tuvo el antojo de ir de caza; eran sus días y quiso celebrarlos.
Las víctimas del León no son menudos gorriones, sino robustos jabalíes, gallardos ciervos y gamos. Para esta empresa siviose de un Jumento, de estentórea voz: sus rebuznos, suplían los solos del cuerno .Púsolo el León en lugar conveniente: lo cubrió de ramaje, y le dio orden de rebuznar con toda su fuerza, bien seguro de que los huéspedes del bosque huirían espantados.Y en efecto, como no estaban habituados a oír aquella tempestad de bramidos, echaron todos a correr, y cayeron en las garras del León. “¡Parece que os he servido bien!” Dijote el Jumento, envanecido con el éxito de la cacería. “Sí, contesto el León, tanto gritaste, que me hubiera asustado yo mismo, a no conocer tu casta.” El asno s hubiera encolerizado, a tener ánimos para tanto, aunque con razón se le burlaban. Porque ¿hay algo más ridículo que un asno fanfarrón? No es ese su papel.

La gata transformada en mujer

Cierto sujeto quería con delirio a su gata: encontrábala hermosa, elegante, aristocrática: sus mayidos le extasiaban: el pobre había perdido el seso.
Aquel sujeto, pues, a fuerza de súplicas y lágrimas, de sortilegios y hechizos, consiguió del destino que su gata, a lo mejor, se trocara en mujer, e incontinenti, nuestro hombre se casó con ella. Estaba loco de amor. Nunca la dama más hermosa ejerció tal dominio sobre su amante, como aquella nieva esposa sobre su estrambótico marido. Mimábala él, y ella le correspondía. No encontraba el esposo en su consorte ni el menor resto de su índole gatuna, y ciego, a no poder más, juzgóla mujer perfecta, hasta que unos pícaros ratoncillos, que roían las esteras, destruyeron la dicha de los recién casados. La esposa se levanta de pronto, y los ratones echan a correr. Pero vuelven a poco, y acude ella de nuevo, a tiempo esta vez, porque el cambio de figura hizo que no la reconociese la gente roedora.

Siempre fueron cebo para ella los ratones: ¡tanta es la fuerza de lo que viene de natura! cierta edad no caben ya mudanzas: lo que se mamó en la cuna, se deja en la tumba. No podréis desprenderos jamás de lo que está en vuestro carácter: si le cerráis la puerta, entrara por la ventana.

El pavo real quejándose a Juno

El pavo real elevaba sus quejas a la diosa Juno. “No me quejo sin motivo, oh Diosa, decía. La voz que me habéis dado disgusta a todos, mientras que el ruiseñor mezquino animalejo, canta de una manera tan deliciosa, que es gala y honor de la primavera.”
Juno, irritada, respondióle: “Ten la lengua, ave celosa: ¿Cómo envidias la voz del ruiseñor, tú que adornas la garganta con los brillantes esplendores del iris, y te pavoneas, desplegando una cola tan magnifica, que parece el escaparate de un lapidario? ¿Hay ave alguna más hermosa que tú? Ningún ser reúne todas las perfecciones. Os hemos distribuido diversas prendas: animales ha a quienes cupo en el reparto la fuerza y la corpulencia; el halcón es ligero; valerosa el águila; agorera la corneja: y cada cual ha de contentarse con su suerte. No te quejes, pues, o te quitaré en castigo tu plumaje.”

El cuervo que quiso imitar al águila


El ave de Júpiter arrebata por los aires un carnero: Un cuervo, que lo ve, tan voraz, como ella, aunque de menores bríos, quiere hacer lo mismo. Revolotea sobre el rebaño, se fija en el carnero más rollizo, reservado para el sacrifico, porque era en verdad, digno manjar de los dioses. Alegre como unas Pascuas, decía el cuervo en sus adentros, atisbando a su presa: “No se quien te ha criado, pero estás de buen año: pronto caerás en mis garras.” Diciendo y haciendo, se precipita sobre la baladora res. Pero ¡Ay! Pesaba más que una pieza de queso, y sus lanas, muy crecidas y espesas, eran tan crespas como las mismísimas barbas de Polifemo. De tal manera se enredan en ella las garras del cuervo, que no puede desasirse; y para colmo de desdichas, acude el pastor, lo atrapa, lo enjaula, y lo entrega a sus chicuelos para que con él se diviertan.

Hay que medir las fuerzas propias: un mísero raterillo no puede emular las hazañas de un bandido afamado. El ejemplo ajeno nos pierde muchas veces: no basta darse importancia para ser un gran señor. Por donde pasa la avisa, queda enredado el mosquito.

sábado, 22 de septiembre de 2007

El gallo y el zorro

Estaba de centinela en la rama de un árbol cierto gallo experimentado y ladino: “Hermano, díjole un zorro con voz meliflua, ¿Para que hemos de pelearnos? haya paz entre nosotros. Vengo a traerte tan fausta nueva; baja, y te daré un abrazo. No tardes: tengo que correr mucho todavía. Bien podéis vivir sin zozobra, gallos y gallinas: somos ya hermanos vuestros. Festejemos las paces; ven a recibir mi abrazo fraternal.-Amigo mió, contesto el gallo: no pudieras traerme nueva mejor que la de estas paces; y aun me complacen más, por ser tú el mensajero. Desde aquí diviso dos lebreles, que sin duda son correos de la feliz noticia: van aprisa y pronto llegarán .Voy a bajar: serán los abrazos generales.- ¡Adiós! Dijo el zorro: es larga hoy mi jornada: dejemos los plácemes para otro día” Y el bribón contrariado y mohíno, tomó las d Villadiego. El gallo machucho echó a reír, al verlo correr todo azorado, porque no hay mayor gusto que engañar al engañoso.

La liebre y las ranas


Meditaba una liebre en su madriguera: ¿en que pasar el tiempo, allí, a solas, sino en continua cavilación? Sumida estaba en el mayor aburrimiento: su natural es triste y medroso por añadidura. “¡Que gente tan desdichada es la asustadiza! Nada le hace provecho; no hay dicha completa para ella; siempre en continua zozobra” Así vivo yo: este maldito miedo no me deja dormir más que con los ojos abiertos. Corregíos, dirá algún docto maestro. Pero ¿hay alguna panacea para el miedo? Yo presumo, a decir verdad, que los mismos hombres tienen tanto miedo, o más, que nosotras las liebres.”

Tal pensaba, sin dejar un momento el atisbo. Estaba inquieta y temerosa: un soplo, una sombra, un nada, le daban calentura. El triste animalejo, cavilando de esta suerte, oye un ruido, y aquella fue la señal para echar a correr. Corriendo y más corriendo, paso junto a una charca. ¡Allí fue Troya! Por todas partes, ranas saltando al agua, y escondiéndose en el fango.
“¡Bueno es esto! Exclamó la liebre: ¡tan asustadiza como voy, aun asusto a los demás! Mi presencia ha sembrado el pánico en el estanque. ¿Desde cuándo valgo tanto? ¿Cómo es que hago temblar a tanta gente? ¿Seré un héroe? No es que siempre, en este mundo, pasó lo mismo: a un cobarde, otro mayor.”

El astrólogo que cayó en un pozo



Un astrólogo cayó un día dentro de un pozo y le decían: “¡Pobre infeliz! ¿No puedes ver lo que tienes a tu paso, y pretendes leer los secretos del cielo?”


Esta sencilla aventura, sin ir más lejos, puede servir de lección a muchos. Pocos hay que no se complazcan en oír a los que pretenden leer el libro del destino. Pero ese libro, que han cantado Homero y los suyos, ¿Qué es, sino el azar, en la antigüedad y la providencia entre nosotros? Respecto al azar, no cabe en él ciencia. De otro modo, no podría llamársele azar, suerte o fortuna, cosas inciertas todas ellas. En cuanto a la voluntad soberana del que lo gobierna todo con docto designio, ¿Quién la conoce más que el mismo? ¿Cómo adivinarla? ¿Acaso habrá escrito en las estrellas lo que ocultaba la noche los tiempos? ¿Para que fin? ¿Para ejercitar el ingenio de los que disertan sobre el globo terráqueo y el celeste? ¿Para hacernos evitar males que son evitables? ¿Para matar nuestros placeres haciéndolos prever de antemano? Error es, y aún crimen, creer tal absurdo. Muévase el firmamento, siguen los astros su carrera, nos alumbra l sol todos los días, sin que podamos seguir otra cosa que la necesidad de seguir sus leyes para el cambio de las estaciones, para que germine y sazone la cementera. Por lo demás ¿en qué responde a la mudable fortuna la marcha siempre igual del universo? Charlatanes, confeccionadores de horóscopos, abandonad la corte de los príncipes, y llevaos también a los alquimistas. Igual crédito merecéis unos que otros.
Pero me exalto demasiado: volvamos a la historia de aquel astrólogo en remojo. Además de significar la vanidad de su ciencia falaz, es imagen de los que corren tras ilusiones quiméricas, teniendo a sus pies el verdadero peligro.

La paloma y la hormiga


El otro ejemplo está sacado de animales más pequeños.
En un cristalino arroyuelo bebía una paloma. En esto, cayó al agua una hormiga, y la infeliz bregaba en vano dentro de aquel océano para cobrar tierra. La paloma fue caritativa: una hoja de hierba, que echó al arroyo, fue para la hormiga promontorio salvador.
A poco, pasó por aquel punto un muchacho descamisado y descalzo, armado de una ballesta. Así que diviso a la amable ave de Venus, juzgola ya en su marmita, y se relamía los labios; pero cuando aprestaba el arma, la hormiga le pica el talón. El mozuelo vuelve la cabeza; la paloma lo advierte y echa a volar. Y voló también la cena del ballestero.

El león y el ratoncillo


Importa favorecer y obligar a todos. Muchas veces puede sernos útil la persona más insignificante. Dos fábulas puedo alegar en apoyo de esta máxima .tanto abundan las pruebas.

Un ratoncillo, al salir de su agujero, viose entre las garras de un león. El rey de los animales, portándose en aquel caso como quien es, perdonole la vida. No fue perdido el beneficio. Nadie creería que el león necesitase al ratoncillo; sucedió, sin embargo, que, saliendo del bosque, cayó el valiente animal en unas redes, de las que no podía librarse a fuerza de rugidos. El ratoncillo acudió, y royendo una de las mallas, dejo en libertad al selvático monarca.


Paciencia y constancia consiguen a veces más que la fuerza y el furor.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Los dos asnos: uno cargado de esponjas y otro de sal

Empuñando triunfalmente el cetro, como un emperador romano, conduce un humilde arriero dos soberbios corceles, de aquellos cuyas orejas miden palmo y medio. El uno, cargado de esponjas, iba tan ligero como la posta; el otro a paso de buey: su carga era de sal. Anda que andarás, por sendas y vericuetos, llegaron al vado de un río, y se vieron en gran apuro .El arriero, que pasaba todos los días aquel vado, montó en el asno de las esponjas, arreando delante al otro animal. Era este antojadizo, y yendo de aquí para allá, cayó en un hoyo, volvió a levantarse, tropezó de nuevo, y tanta agua tomó, que la sal fue disolviéndose, y pronto sintió el lomo aliviado de todo cargamento.
Su compinche, el de las esponjas, quiso seguir su ejemplo, como asno de reata; zambullóse en el rió, y se empaparon de agua todos: el asno, el arriero y las esponjas. Estas hiciéronse tan pesadas, que no pudo llegar a la orilla, la pobra cabalgadura. El mísero arriero abrázabase a su cuello, esperando la muerte. Por fortuna, acudió en su auxilio no sé quien; pero lo ocurrido basta para comprender que no conviene a todos obrar de la misma manera.
Y esa es la conclusión de la fabula.

jueves, 20 de septiembre de 2007

El león y el mosquito


“¡Vete, bicho ruin, engendro inmundo del fango!”Así denuesta el León al mosquito. Este le declara guerra. “¿Piensas, exclama, que tu categoría real me asusta o intimida? Más corpulento que tú es el buey, y le conduzco a mi antojo.”
Dice, y el mismo suena el toque de ataque, trompetero y paladín a la vez. Hácese atrás, toma carrera, se precipita sobre el cuello del León .La fiera ruge relampaguean sus pupilas, llénasele la boca de espumarajos. Gran alarma. Gran alarma en aquellos contornos; todos tiemblan, todos se esconden; ¡y el pánico general es obra de un mosquito! El diminuto insecto hostiga al regio animal por todos lados; tan pronto le pica en el áspero lomo como en los húmedos hocicos, o se le mete en las narices. Entonces llega al colmo la rabia del León .Y su invisible enemigo triunfa y ríe, al ver que ni los colmillos, ni las garras le bastan a la irritada fiera para morderse y arañarse.
El rey de los bosques se hiere y desgarra él mismo; el golpea sus flancos con la resonante cola; azota el aire a más no poder; y su propio furor le fatiga y le abate.
El mosquito e retira de la pelea triunfante y glorioso: con el mismo clarín que anunció el ataque, proclama la victoria; corre a publicar por todas partes la fausta nueva; pero da en la emboscada de una araña, y allí tienen fin todas sus proezas.

¿Qué lecciones nos da esta fabulilla? Dos veo en ella; primera, que el enemigo más temible suele ser el más pequeño; segunda, que después de vencer los mayores peligros, sucumbimos a veces ante el menor obstáculo.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

El águila y el escarabajo


Perseguía el águila a Juan Conejo, y éste corría a todo correr hacia su madriguera. En el camino topó con la guarida del escarabajo. No era muy segura; pero, como no encontraba donde refugiarse, allí se agazapó. El águila se arrojaba ya sobre el cuando el escarabajo, metiéndose a redentor, le habló de esta manera: “Princesa de las aves, fácil cosa es para vuesa alteza, apoderaos de este infeliz, a pesar mío; pero, por compasión, no me hagáis ese ultraje. El pobre Juan conejo os pide merced de la vida; otorgádsela, o quitádnosla a entrambos: es mi vecino y mi compadre.”
El ave de Júpiter, sin decir palabra, da un aletazo al escarabajo, le echa patas arriba, le hace callar, y se lleva entre sus garras a Juan Conejo.
El escarabajo, enfurecido, vuela al nido del águila y en su ausencia rompe sus huevos, sus frágiles huevos, que eran toda su esperanza: ni uno solo quedó entero. Al volver el ave rapaz, viendo aquel desastre, llenó los cielos de gritos, y lo peor de todo, es que no sabía en quien tomar venganza. Vanos eran sus gemidos; en el aire se perdían. Todo el año duro la aflicción de la pobre madre.
Al año siguiente, hace su nido en sitio más alto. El escarabajo lo atisba, y despeña los flamantes huevos. La muerte de Juan conejo quedó vengada de nuevo. El dolor del Águila, esta segunda vez, fue tal, que en seis meses no callaron los ecos de la montaña.
Por fin, el ave de Ganímedes implora el auxilio del rey de los Dioses, y deposita los huevos en un pliegue de su manto, creyendo que en ningún otro lugar estarán más seguros; que el mismo Júpiter los defenderá, y que, después de todo, nadie tendrá la audacia de robárselos allí.
Y en efecto, no se los robaron. El enemigo cambió de táctica: ensuciose en el manto de la divinidad, y ésta, sacudiéndolo echó a rodar los huevos.
Cuando el águila lo supo, amenazó a Júpiter con abandonar su corte, con ir a vivir al desierto, y otras impertinencias. Júpiter calló. Compareció ante su tribunal el escarabajo: contó el caso y defendió su causa. Hicieron ver al águila que no tenía razón. Pero, como los adversarios no e avenían a las buenas, el soberano de los Dioses, para arreglar el asunto, apeló al recurso de variar el tiempo en que el águila hace su cría, trasladándolo a la estación en que el escarabajo está en cuarteles de invierno, escondido bajo tierra como la marmota.

La perra y su compañera


Hallábase una perra de pera en estado interesante, y no sabiendo dónde cobijarse para salir de él, consiguió de una compañera que le dejase entrar en su cubil por breve tiempo.
Al cabo de algunos días, vio a la amiga, y con nuevos ruegos le pidió que prorrogase el plazo una quincena. Los cachorrillos apenas podían andar; y con estas y otras razones logro lo que quería.
Pasó la prórroga, y la compañera volvió a pedirle su casa, su hogar y su lecho. Esta vez la perra le enseño los dientes, diciendo: “Saldré, con todos los míos cuando nos echeis de aquí.” Eran ya crecidos los cachorros.
Si das algo a quien no lo merece, lo lloraras siempre. No recobrarás lo que prestas a un tuno, sin andar a palos. Si le alargas la mano, tomara el brazo.

martes, 18 de septiembre de 2007

El pájaro herido de un flechazo


Herido mortalmente por emplumada flecha, lloraba un pajarillo su acerba suerte, y exclamaba, transido de dolor: “¡Contribuir a nuestro propio mal! ¡Eso es lo más triste! De nuestras alas tomáis, hombres crueles, las plumas que hacen volar vuestros mortales proyectiles”Pero, no te burles de nosotros, raza despiadada: tienes el mismo sino; siempre entre los hijos de Jafet, los unos proveen de armas a los otros.

El murciélago y las dos comadrejas


Un murciélago cayó en el nido de una comadreja: ésta, gran enemiga de los ratones, echose sobre él para devorarlo. “¡Que atrevimiento! Exclamó: te presentas aquí, teniendo yo tanto que sentir de los tuyos ¿No eres ratón? ¡Habla sin empacho! Sí, ratón eres, tan cierto como yo soy comadreja.-Perdonad, contestó el desdichado: no soy lo que os figuráis. ¡Ratón yo! ¡Calumnias son esas de los que me quieren mal! Pájaro soy, gracias a Dios: ¿No veis mis alas? ¡Vivan los habitantes del aire!”
Razonable era lo que decía, y la comadreja, convencida, dejolo ir. Dos días después, el aturdido murciélago, metiese sin pensar en la madriguera de otra comadreja, enemiga de los pájaros. ¡Otra vez en peligro de muerte! La señora de la casa abría ya el hociquillo para destrozarlo, en concepto de pájaro, cuando protestó la victima de la ofensa que se le infería: “¡Pájaro yo! No os habéis fijado bien. ¿Qué es lo que caracteriza a los pájaros? Las plumas. Ratón soy: ¡Viva la gente ratonil! ¡Dios confunda a los gatos!”

lunes, 17 de septiembre de 2007

Los dos toros y la rana



Dos toros indómitos peleaban: disputábanse el amor de una ternera. Una rana gemía y sollozaba.”¿Qué tienes?- díjole una compañera.- ¿No comprendes, contestole, que el final de esa contienda será el vencimiento y la fuga de uno de los combatientes, y que el otro, persiguiéndole le hará renunciar a esa floreciente pradera? No pudiendo disfrutar de sus pastos, vendrá a reinar el vencido entre las verdes cañas de nuestras charcas, y pateándonos bajo del agua, una ahora, otra después, seremos nosotras las víctimas de ese combate promovido por la señora ternera”.
Y era fundado su temor: uno de los Toros fue a refugiarse en sus marjales y en un momento aplastó más de veinte ranas.

¡Ah! siempre pagarán los pequeños las reyertas de los grandes.

Gran consejo celebrado por las ratas


Micifuf, gato famoso, hacía tal estrago en las ratas, que apenas se veía alguna que otra: la mayor parte estaba en la sepultura. Las pocas que quedaban vivas, no atreviéndose a salir de su escondrijo, pasaban mil apuros: y para aquellas desventuradas, Micifuf no era ya un gato sino el mismísimo diablo.
Cierta noche que el enemigo tuvo la debilidad de ir en busca de una gata, con la cual se entretuvo en largo coloquio, las ratas supervivientes celebraron consejo en un rincón, para tratar de los asuntos del día. La rata decana, que era rata de pro, dijo que cuanto antes había que poner a Micifuf un cascabel al cuello: así, cuando fuese de caza, le oirían venir y se meterían en la madriguera. No se le ocurría otro medio. A todas les pareció excelente. No había más que una dificultad: ponerle el cascabel al gato. Decía la una “Lo que es yo, no se lo pongo; no soy tan tonta.-Pues, yo tampoco me atrevo,”replicaba la otra.
Y sin hacer anda, se disolvió la asamblea.
¡En cuantas juntas y reuniones pasa lo mismo! ¿Hay que deliberar y discutir? Por todas partes surgen consejeros. ¿Hay que hacer algo? No contáis ya con nadie.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Contra los descontentadizos


Aunque hubiera recibido de Caliope, al nacer, cuantos dones ofrece esta musa a sus favoritos, consagraríamos todos a las ficciones de Esopo: la ficción y la poesía fueron siempre buenas amigas. Pero no he merecido tanto del Parnaso, que sepa adornar convenientemente esas fantasías. Hay quien da hermosa brillantez a las fábulas que inventa; yo procuro hacerlo: si no lo consigo, otro más docto lo hará.
Hice hablar, sin embargo, con nuevo estilo, al voraz lobo, y responder al humilde cordero. Hice más: los árboles y las plantas los he convertido en seres parlantes. ¿No parece cosa de encantamiento? “Es verdad, replicará el crítico, relatáis bien cuatro o seis cuentos de niños” ¿Los queréis, señor aristarco, más auténticos y de estilo más pomposo? Escuchad, pues.
Los troyanos, tras diez años de constante pelea en torno de sus fuertes maúllas, habían fatigado a los griegos, que apelaron en vano a mil medios diferentes, a repetidos asaltos y a continuos combates, para rendir la invencible fortaleza, cuando un caballo de madera, invención de Minerva, de nuevo y extraño artificio, recibió en sus huecos flacos al prudente Ulises, al bravo Diomedes, al impetuoso Ayax, personajes todos que el monstruo colosal debía introducir en Troya para destruir la ciudad entera y hasta su mismo dios, añagaza inaudita , que recompensó con creces el esfuerzo y a constancia de sus autores…
“¡Basta ya!, por favor, exclamará alguno de nuestro censores: ese período es muy largo; hay que cortarlo para tomar aliento; y por otra parte, vuestro caballo de madera, con los héroes y las falanges escondidas es un cuento más inverosímil que el del zorro lisonjeando al cuervo. Por añadidura no os sienta bien el estilo elevado.”
Pues, bajemos el tono.
Sueña con Alcides la celosa Amarilis, y piensa no tener más testigos de su afán que su mastín y sus ovejuelas. Tirsis, que la divisa, deslíaze entre los sauces, y sorprende a la zagala dirigiendo sus dulces quejas al céfiro y rogándole que las llevase a su infiel amador…
“Permitid que os interrumpa: esa palabreja no me parece castiza; preciso será que la cambiéis…”
¿Callaras critico implacable? ¿Me dejaras acabar el cuento? Trabajo le doy al que se proponga agradarte.

No hay gente más infeliz que los descontentadizos: ¿Qué mayor desdicha que no parecerles bien nada?