domingo, 7 de octubre de 2007

La discordia


Por una manzana armó tal ruido la discordia, enemistando a los dioses, que la despacharon del Olimpo. Recibiéronla con los brazos abiertos esos pobres diablos que se llaman hombres, y también a su padre Tuyo-y-mió y a su hermano Que sí-Que no. Una vez en este mundo, nos hizo el honor de preferir nuestro hemisferio al de nuestras antípodas, gente inculta y grosera, que casándose sin intervención del cura ni notario, no tiene nada que ver con la discordia. Para hacerla ir al punto donde se requerían sus servicios, la fama se cuidaba de avisarla, y ella, con la mayor diligencia, acudía enseguida, embrollaba el debate e impedía la paz, convirtiendo cada chispa en un incendio. La fama llegó a quejarse de que no la encontraba nunca en un lugar fijo y seguro, y muchas veces perdía el tiempo buscándola. Era preciso, pues, que tomase casa, y que se supiese dónde para encontrarla mejor. Como no había entonces conventos de monjas, costote bastante encontrar habitación, pero al fin dio con ella: estableciese en el hogar del Himeneo.

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