domingo, 30 de septiembre de 2007

Febo y Boreas


Febo y Boreas vieron a un viajero, que se había armado bien contra el mal tiempo. Era a la entrada de otoño, cuando son más necesarias las precauciones; tan pronto llueve como hace sol, y la brillante cinta de Iris avisa a los perspicaces que en esa estación no esta de más la capa. Nuestro hombre, pues, esperaba las lluvias, y se proveyó de un capotón fuerte y grueso.
“Ha creído éste, dijo Boreas, que lo ha previsto todo: pero no ha pensado que, si comienzo a soplar, se irá al diablo su soberbia capa. Será cosa divertida sus apuros. ¿Queréis que comprobemos?”
-Apostemos, sin gastar tanta saliva, contesto Júpiter, quién de los dos arrancara más pronto ese abrigo a los hombros del satisfecho jinete. Comenzad vos: os permito oscurecer mis rayos-.
No hubo de insistir más, porque Boreas, en el acto, hinchosé como un globo, y haciendo un estrépito de mil diablos, silbó, bramó, sopló, y produjo tal huracán que por todas partes derribo casas y echó barcas a pique: ¡No más que por una capa!
El jinete puso todo su ahínco en evitar que el viento hiciese presa en ella. Y esto le salvó. Boreas perdió el tiempo: cuanto más se esforzaba, mejor se defendía el combatido caballero, bien rollado con el capotón. Cuando el soplador perdió la partida Febo disipo el nublado, acarició e hizo entrar en calor al caminante, que al poco rato, sudando y trasudando, se despoja del ya molesto abrigo.

Más vale maña que fuerza. Lo que o pudieron violencias y furores, lógranlo suavidad y dulzura.

El león y el cazador


Un fanfarrón, aficionado a cazar, perdió un perro de excelente raza, y sospechó que estaría en el vientre de un león. Encontró a un zagal y le dijo: “Dirígeme a la morada del infame asesino, y verás cómo me la paga”- Hacia aquella montaña vive: todos los meses le pago el tributo de un cordero, y de esta manera voy y vengo por la campiña sin zozobra-. En esto, el León sale del bosque y se dirige a ellos con paso presuroso. El fanfarrón echa a correr, gritando “Júpiter, por piedad; dadme dónde esconderme.”

El valor sólo se prueba ante el peligro: muchos que lo provocan lenguaraces huyen vergonzosamente al verlo delante.

El pastor y el León


No son las fábulas tan triviales como parecen: en ellas, el animal más ínfimo nos sirve de maestro. La elección moral, severa y desnuda, nos aburre: el apólogo, con sus ficciones, nos la hace tragar mejor. Esas ficciones deben tener un doble objeto: agradar e instruir. Contar cuentos no más por contarlos, parece cosa baladí. Por eso, dando rienda suelta a su fantasía, han cultivado este género autores insignes. Han evitado todos la profusión de adornos y las prolijidades. No se encuentran en sus obras palabras demás. Fedro era tan sucinto, que hay quien por ello le crítica; Esopo era aún más Lacónico. Pero, sobre todos, cierto fabulista griego era extremado en esto del Laconismo: sus narraciones se encierran siempre en cuatro versos: si lo hizo bien o mal, díganlo los maestros. Veamos cómo trata un argumento que trato también Esopo: el uno saca a escena un pastor, el otro un cazador. He seguido su idea, aunque añadiendo algunos pormenores. Comencemos por la narración de Esopo.

Notó un pastor que faltaban ovejas a su cuenta, y quiso pillar al ladrón. Tendió lazos, cerca de una caverna; eran de los que se usan para cazar lobos, porque de éstos sospechaba. Antes de marchar de aquel sitio: “¡Oh Júpiter! exclamó, si haces que a mi presencia caiga el ladrón en estos lazos, de mis veinte becerros, te consagrare el más hermoso y rollizo”. Apenas hablo así, salió de la caverna un corpulento y terrible león. Escondiese el Pastor medio muerto, y así decía el desdichado: “¡Cuán poco sabe el hombre que lo pide!” Para encontrar al ladrón de mi rebaño, y verle prendido en esos lazos, te ofrecí un becerrillo, oh soberano del olimpo; ahora te ofrezco el mejor de mis bueyes si me lo quitas de delante”.

Así cuenta el caso el fabulista maestro; pasemos a su imitador.

El asno cubierto con la piel del león


Habiéndose cubierto un asno con la piel de un león, era temido en toda la comarca: animal tan medroso hacía temblar a los más valientes. Mas ¡ay! Asomó a lo mejor la punta de la oreja, y quedó el engaño bien patente. Vino entonces con la estaca un gañan, y los que no estaban advertidos del ardid, hacinase cruces al ver que un villano apaleaba a los Leones.

Mueve el ruido mucha gente, a la que sienta bien este apólogo: el traje y el equipo es el secreto de su importancia.

El oso y los dos camaradas


Dos camaradas, viendo escurrida la bolsa, vendiéronle a un vecino pellejero la piel de un oso. El oso aún estaba vivo, pero lo matarían enseguida: así, a menos, lo dijeron.
¡Que oso aquel! El rey de los osos, según ellos. Su piel haría la riqueza del mercader; ni el frío más glacial la traspasaba; no un capotón, dos capototes podrían ser forrados y guarnecidos con ella.
Dentro de dos días ofrecieron entregarla, y convenido el precio, pusiéronse al acecho.
A poco, ven venir al oso al trote: ni un rayo les hubiese causado más efecto. Ya no hay nada de lo dicho: se rescindirá el contrato. Trepa el uno a la copa de un árbol; el otro, más frío que un carámbano, échase vientre a tierra, y reprimiendo el aliento, hace la mortecina porque oyó decir que el oso no se ceba en cuerpos inmóviles y muertos.
El animal, haciendo el bobo, dio con aquel bulto, creyolo privado de vida, pero por mayor seguridad, se acerca, lo hociquea, lo vuelve y lo revuelve, oliendo aquellos puntos, por donde escapa el aliento.
“Vámonos, dice que ya hiede,” y se retira a la vecina selva.
Baja del árbol el otro cazador, corre al camarada y le felicita de que todo haya quedado en un buen susto.
-“Pero, ¿Qué te ha dicho al oído, cuando te zarandeaba entre sus manazas?
-Me ha dicho que para vender la piel del Oso, hay que matar al oso antes-.

El águila y el búho pusieron fin a sus querellas y se dieron un abrazo. Juró cada cual respetar los polluelos del otro.
“¿Conocéis a los míos?” Pregunto el ave de Minerva.
-No, contestó el águila.
-¡Malo! Replico el pájaro fúnebre: temo por su pellejo; milagro será que se salven. Como sois rey, en nada reparáis: los monarcas y los dioses todo lo miden por el mismo rasero. ¡Adiós mis hijuelos, si dais con ellos!
-Enseñádmelos, o explicadme cómo son, y estad seguro de que no he de tocarlos.
-Mis polluelos son bonísimos, gallardos, elegantes: no los hay más lindos en todo el reino de las aves. Con estas señas no podéis desconocerlos. Recordadlas bien-.
Tuvo cría el Búho, y una tarde que estaba de caza, atisbó nuestra Águila en el hueco de una roca o en el agujero de una pared ruinosa- que de ello no estoy seguro-unos animalejos monstruosos, repugnantes, de aire hosco y voz chillona.
“No pueden ser éstos los hijos de mi camarada, dijo el Águila; adentro pues.” Y los engullo sin más ni más.
Al volver a su casa el Búho, sólo encontró las patas. Quejose a los Dioses, pidioles que castigasen al bandido causante de sus desgracias, y alguien le dijo. “Cúlpate a t mismo, o por mejor decir a la ley natural que nos hace ver a los nuestros hermosos, esbeltos y encantadores. Ese retrato hiciste al Águila de tus hijos: ¿cómo había de reconocerlos?”

sábado, 29 de septiembre de 2007

Las ranas pidiendo rey


Cansáronse las ranas de vivir en República, y tanto clamaron, que Júpiter les dio la monarquía que solicitaban. Hizo caer del cielo un rey tan pacífico, que no podía serlo más. Pero produjo tal estruendo al caer, que aquella gente anfibia, medrosa y asustadiza por demás, e ocultó corriendo bajo del agua, entre los juncos y las cañas, en el fondo y los escondrijos del estanque, sin atreverse en mucho tiempo a mirar cara a cara a quien juzgaban terrible gigantón.
El gigantón no era más que un poste, que asusto a la primera rana que se atrevió a salir de su madriguera; pero al poco rato, se acercó, temblando todavía, y como otra la siguiese, y otra después, reuniose un tropel de aquellos tímidos animalejos, y perdiendo el miedo, saltaron en fin familiarmente, sobre el temido monarca. Su majestad lo consintió sin dar señales de vida; y en el acto comenzó Júpiter a oír nuevos clamores.
“Dadnos, decía el pueblo de la charca, un rey de veras,”y el rey de los Dioses envióles una voraz grulla, que incontinenti comenzó a atrapar y engullir súbditos a su antojo.
¡Que lamentos entonces los de las ranas! Pero Júpiter les contestó: “Basta ya de veleidades. ¿Ha de estar acaso pendiente mi voluntad de vuestro capricho? Debisteis conservar vuestro primer gobierno; y en caso de mudanza, daros por contentas de que vuestro rey fuese pacífico y manso. Puesto que aquél no lo quisisteis, aguantas ahora a éste, aunque no más sea por miedo a que os envié otro peor.”

El lobo pastor


Un lobo, que no encontraba bastante pasto entre las ovejas de la vecindad, buscó la ayuda de una piel de zorro para disfrazarse. Vistiese de pastor, endosando una zamarra, empuño un cayado y colgó a la espalda una zampoña. Para completar la estratagema, no le faltaba más que escribir en la cinta del sombrero. “Yo soy Perico, pastor de este rebaño.” Metamorfoseado de tal suerte, y apoyando las patas delanteras en el cayado, acércase poco a poco el fingido Perico. El perico de veras, tendido sobre el blando césped, dormía como un lirón. Dormía también su perro, y hasta la gaita dormía. Para dormir todos, dormían asimismo las ovejas. A fin de engañarlas mejor, y atraerlas a su madriguera, el lobo quiso reforzar con sus palabras el engaño de su disfraz; pero esto fue lo que le perdió. Por más que hizo, no pudo imitar la voz del pastor. El áspero timbre de la suya hizo resonar el bosque y descubrió la añagaza. Despertaron todos, las ovejas, el mastín y el zagal. El pobre lobo, con el estorbo de la zamarra, no pudo huir ni defenderse.

Siempre dejan los bribones algún cabo suelto.

El estomago


Debí comenzar mi obra por la monarquía. Bajo cierto aspecto considerado, es imagen suya el estómago; cuando éste sufre algo, todo el cuerpo se resiente.
Cansados una vez de trabajar por él los diversos miembros del cuerpo humano, resolvieron vivir en la holganza, siguiendo su ejemplo. “Que se mantenga de aire” decían; “trabajamos y sudamos como bestias de carga, y ¿para quién? Tan solo para el. De nada nos sirven nuestros afanes, mientras él vive a nuestras expensas. Hagamos como él hace; holguemos.” Dicho y hecho; las manos dejaron de asir, los brazos de moverse y las piernas de caminar. Todos dijeron al estómago que se buscase la vida; pero ¡cuán pronto se arrepintieron! A poco, los desdichados miembros quedaron enteramente debilitados. Faltos de nueva sangre; languidecieron todos; y los revoltosos se convencieron de que aquel a quien llamaban ocioso y holgazán contribuía tanto o más que ellos al bien común.

¡Que bien se aplica esto a la majestad real! Mucho recibe, pero también da mucho, y el resultado es igual. Todos trabajan para ella, y de ella todos viven. Mantiene al artesano, enriquece al mercader, da sueldo al magistrado, hace vivir al labrador, paga al militar, distribuye por todas partes sus mercedes, y sostiene too el peso del Estado. Bien lo explico Menenio Agrippa; el pueblo romano quería separarse del senado; alegaban los descontentos que éste monopolizaba el mando, el poder, las riquezas y los honores, dejándole todos los males: los tributos, los impuestos las fatigas de la guerra. Ya habían salido los plebeyos de la ciudad y muchos de ellos iban en busca de otra patria, cuando Menenio les hizo ver que Pueblo y senado eran dos miembros de un solo cuerpo, y con este apólogo famoso desde entonces, los redujo a su deber.

viernes, 28 de septiembre de 2007

El molinero, su hijo y el jumento


A la Grecia, madre de las artes, debemos el apólogo, pero esta es una mies tan abundante, que aun encuentran algo que espigar los últimos que llegan. La ficción es un país extensísimo, lleno de regiones desconocidas; todos los días se hacen en él nuevos descubrimientos. Voy a referir una historia muy ingeniosa: Malherbe la contó al marqués de Racan.
Estos dos émulos de Horacio y herederos de su lira, hallabánse un día a solas y sin testigos, confiándose sus propósitos y sus cuidados. Racan le decía a Malherbe:
“Aconsejadme vos, que tan ducho sois en las cosas del mundo, y que tenéis larga experiencia de él en vuestra avanzada edad. ¿Qué resolución debo tomar? Ya es tiempo de que piense en ello. Conocéis mi posición, mi linaje y mi carácter. ¿Me estableceré en mi provincia nata, buscare colocación en el ejercito, o entraré en la corte? Todo tiene su pro y su contra: hay delicias en la dura guerra y peligros hasta en el dulce himeneo. Si hubiera de seguir mi capricho, no dudaría, pero tengo que contentar a los míos, a la corte, y al pueblo entero.- ¡Contentar a todos! Exclamó Malherbe: antes de contestaros, oíd un cuento.”
“Leí no sé donde que un Molinero y su hijo, viejo aquél y muchacho éste, pero no pequeñuelo, sino de quince años bien cumplidos, iban a una feria para vender su jumento. Para que estuviese más descansado y de mejor ver, atárosle las patas y cargaron con él entre el padre y el hijo. El primero que topó con ellos en el camino, soltó la carcajada. “¡Que pareja de idiotas! ¡Que rústicos tan rematados! iba diciendo. ¿Qué se proponen con esa extravagancia? No es más jumento quien más lo parece.” El molinero, oyendo tales razones, se arrepiente de su tontería, deja en el suelo al borrico y le quita las ataduras. El animal, que iba acostumbrándose a caminar a cuestas, comenzó a querellarse en su especial dialecto, pero el molinero cerró los oídos a sus quejas, hizo montarse al muchacho y prosiguieron su camino.”
Encontraron a poco tres mercaderes, y el más viejo, gritando todo cuanto pudo díjole así al cabalgante: “Apead si tenéis pizca de vergüenza, mozo borriqueño. ¿Cuándo se ha visto que un muchacho lleve lacayo con canas? Monte el viejo y sírvale el joven de Espolique.-Caballeros, contesto el Molinero, razón tenéis de sobra, y fuerza será contentaros .Echó pie a tierra el muchacho, y montó el viejo en el rucio.”
Pasaron en esto tres mozuelas, y exclamó una de ellas: “¡Que valor! ¡Hacer ir a pie a ese muchacho, cayendo y tropezando, mientras va aquel hambrón en el pollino, hecho un papanatas!”. Replico el molinero, hubo dimes y diretes, hasta que el pobre hombre abochornado, quiso remediar su error y puso al chico en la grupa.
Aun no habían andado treinta pasos, cuando encuentran otro pelotón de pasajeros, y empiezan de nuevo los comentarios. Locos están, dice uno de ellos: el jumento no puede más ¡Va a reventar! ¡Cargar de esa manera un pobre animal! ¿No tienen lastima de quien bien les sirve? Irán a la feria a vender su pellejo.- ¡Voto a bríos! Exclamo el molinero loco de remate es quien se propone contentar a todos. Pero, hagamos otra prueba para ver si lo conseguimos, apearonse los dos y el asno, rozagante y satisfecho marchaba delante de ellos. Paso entonces otro viandante y al verlos: modas nuevas la cabalgadura descansada y el dueño echando los bofes. Así hacen gastar los zapatos y preservar al borriquillo. ¡Tres eran tres y a cual más jumento!
-Jumento sois de veras prorrumpió exasperado el molinero: “Jumento me confieso y me declaro pero en adelante digan lo que quieran, alábenme o critíquenme he de hacer mi santa voluntad”. Y así lo hizo; y obró perfectamente”.
Vos, señor, seguid las banderas de Marte, o las del Amor, o servid a la corte, o encerraós en vuestro pueblo: tomad mujer, hacéos fraile, id y venid a nuestro antojo: podéis estar seguro de que os criticarán de todos modos.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Testamento explicado por Esopo


Esopo era un verdadero oráculo, si es cierto lo que cuentan de él. Sabía más que todo el Areópago de Grecia. ¿Queréis una prueba? Pues os contare una historieta, que os ha de agradar.
Cierto ciudadano tenía tres hijas: ¡Cuán diferentes las tres! Una era dada a la bebida; otra, coquetona; la tercera tacaña y avarienta. Nuestro hombre hizo testamento, y con arreglo a la ley, dividió su hacienda en partes iguales, legando a la madre un tanto, que no se había de abonar hasta que cada una de las hijas hubiera perdido su legítima.
Muerto el padre, las tres hijas, ansiosas, van a enterarse de su última voluntad. Les dan lectura del testamento, y empiezan los comentos y las interpretaciones; pero en vano se devanaban los sesos. ¿Cómo explicar la condición de que las hermanas habían de abonar su parte a la madre cuando perdiesen la suya? Mal puede pagar quien nada tiene. ¿Qué quiso decir el testador? Consultaron el caso; los abogados más famosos, después de darle mil vueltas al asunto, se declararon vencidos, y aconsejaron a las herederas que se repartiesen las haciendas desde luego sin más ni más. En cuanto a la pensión de la viuda, opinaron que cada una de las hijas cargase con el tercio de ella, pagadero a su voluntad, si no preferían formarle una renta, que debía correr desde la muerte del testador.
Resuelta así la cuestión, hicieronse tres lotes de la herencia: entraron en la primera los viñedos y lagares, la bodega bien repleta de vino de Chipre y de Malvasía, la vajilla de plata y de cristal, los esclavos de mesa y de cocina: todo lo que daba halago al paladar. Formose el segundo lote con la casa que había en la ciudad, muy elegante y bien amueblada, con las peinadoras, y los eunucos, y las hábiles costureras, y las joyas y los trajes: y quedaron para el tercero las granjas y las bestias de labor, los pastos y los ganados.
Hechos estos lotes, pensaron que, si echaban suertes, quizás ninguna de las herederas quedaría contenta, y para evitarlo, decidieron que cada cual tomase la parte que mejor le pareciese, previo el debido justiprecio.

Pasó esto en Atenas, y todos grandes y chicos aprobaron el reparto y la elección: Esopo solamente dijo, que después de tanto cavilar, habían tomado el rábano por las hojas. “Si abriera los ojos, el difunto, exclamaba, ¡cómo criticaría al pueblo ateniense! Presume ser el más perspicaz de todos, y no ha entendido la voluntad de un testador.” Así dijo el fabulista, y después hizo las pariciones de la herencia a su manera. Dio a cada hermana el lote que menos le agradaba: a la coqueta las viñas y las bodegas; a la amiga del mosto, los sembrados y los pastos; a la avarienta las galas y las joyas. De esta manera, decía Esopo, cada hermana se deshará del lote que le toca, sacando de la venta buen dinero: con este caudal encontrará excelente marido, pagará la parte de su madre al contado, y no poseerá los bienes paternales, cumpliéndose el testamento al pie de la letra.
El pueblo Ateniense no podía volver de su asombro, al ver que un hombre solo tenía mejores entendederas que todos los demás juntos.

domingo, 23 de septiembre de 2007

El león y el jumento yendo de caza.


El rey de los animales tuvo el antojo de ir de caza; eran sus días y quiso celebrarlos.
Las víctimas del León no son menudos gorriones, sino robustos jabalíes, gallardos ciervos y gamos. Para esta empresa siviose de un Jumento, de estentórea voz: sus rebuznos, suplían los solos del cuerno .Púsolo el León en lugar conveniente: lo cubrió de ramaje, y le dio orden de rebuznar con toda su fuerza, bien seguro de que los huéspedes del bosque huirían espantados.Y en efecto, como no estaban habituados a oír aquella tempestad de bramidos, echaron todos a correr, y cayeron en las garras del León. “¡Parece que os he servido bien!” Dijote el Jumento, envanecido con el éxito de la cacería. “Sí, contesto el León, tanto gritaste, que me hubiera asustado yo mismo, a no conocer tu casta.” El asno s hubiera encolerizado, a tener ánimos para tanto, aunque con razón se le burlaban. Porque ¿hay algo más ridículo que un asno fanfarrón? No es ese su papel.

La gata transformada en mujer

Cierto sujeto quería con delirio a su gata: encontrábala hermosa, elegante, aristocrática: sus mayidos le extasiaban: el pobre había perdido el seso.
Aquel sujeto, pues, a fuerza de súplicas y lágrimas, de sortilegios y hechizos, consiguió del destino que su gata, a lo mejor, se trocara en mujer, e incontinenti, nuestro hombre se casó con ella. Estaba loco de amor. Nunca la dama más hermosa ejerció tal dominio sobre su amante, como aquella nieva esposa sobre su estrambótico marido. Mimábala él, y ella le correspondía. No encontraba el esposo en su consorte ni el menor resto de su índole gatuna, y ciego, a no poder más, juzgóla mujer perfecta, hasta que unos pícaros ratoncillos, que roían las esteras, destruyeron la dicha de los recién casados. La esposa se levanta de pronto, y los ratones echan a correr. Pero vuelven a poco, y acude ella de nuevo, a tiempo esta vez, porque el cambio de figura hizo que no la reconociese la gente roedora.

Siempre fueron cebo para ella los ratones: ¡tanta es la fuerza de lo que viene de natura! cierta edad no caben ya mudanzas: lo que se mamó en la cuna, se deja en la tumba. No podréis desprenderos jamás de lo que está en vuestro carácter: si le cerráis la puerta, entrara por la ventana.

El pavo real quejándose a Juno

El pavo real elevaba sus quejas a la diosa Juno. “No me quejo sin motivo, oh Diosa, decía. La voz que me habéis dado disgusta a todos, mientras que el ruiseñor mezquino animalejo, canta de una manera tan deliciosa, que es gala y honor de la primavera.”
Juno, irritada, respondióle: “Ten la lengua, ave celosa: ¿Cómo envidias la voz del ruiseñor, tú que adornas la garganta con los brillantes esplendores del iris, y te pavoneas, desplegando una cola tan magnifica, que parece el escaparate de un lapidario? ¿Hay ave alguna más hermosa que tú? Ningún ser reúne todas las perfecciones. Os hemos distribuido diversas prendas: animales ha a quienes cupo en el reparto la fuerza y la corpulencia; el halcón es ligero; valerosa el águila; agorera la corneja: y cada cual ha de contentarse con su suerte. No te quejes, pues, o te quitaré en castigo tu plumaje.”

El cuervo que quiso imitar al águila


El ave de Júpiter arrebata por los aires un carnero: Un cuervo, que lo ve, tan voraz, como ella, aunque de menores bríos, quiere hacer lo mismo. Revolotea sobre el rebaño, se fija en el carnero más rollizo, reservado para el sacrifico, porque era en verdad, digno manjar de los dioses. Alegre como unas Pascuas, decía el cuervo en sus adentros, atisbando a su presa: “No se quien te ha criado, pero estás de buen año: pronto caerás en mis garras.” Diciendo y haciendo, se precipita sobre la baladora res. Pero ¡Ay! Pesaba más que una pieza de queso, y sus lanas, muy crecidas y espesas, eran tan crespas como las mismísimas barbas de Polifemo. De tal manera se enredan en ella las garras del cuervo, que no puede desasirse; y para colmo de desdichas, acude el pastor, lo atrapa, lo enjaula, y lo entrega a sus chicuelos para que con él se diviertan.

Hay que medir las fuerzas propias: un mísero raterillo no puede emular las hazañas de un bandido afamado. El ejemplo ajeno nos pierde muchas veces: no basta darse importancia para ser un gran señor. Por donde pasa la avisa, queda enredado el mosquito.

sábado, 22 de septiembre de 2007

El gallo y el zorro

Estaba de centinela en la rama de un árbol cierto gallo experimentado y ladino: “Hermano, díjole un zorro con voz meliflua, ¿Para que hemos de pelearnos? haya paz entre nosotros. Vengo a traerte tan fausta nueva; baja, y te daré un abrazo. No tardes: tengo que correr mucho todavía. Bien podéis vivir sin zozobra, gallos y gallinas: somos ya hermanos vuestros. Festejemos las paces; ven a recibir mi abrazo fraternal.-Amigo mió, contesto el gallo: no pudieras traerme nueva mejor que la de estas paces; y aun me complacen más, por ser tú el mensajero. Desde aquí diviso dos lebreles, que sin duda son correos de la feliz noticia: van aprisa y pronto llegarán .Voy a bajar: serán los abrazos generales.- ¡Adiós! Dijo el zorro: es larga hoy mi jornada: dejemos los plácemes para otro día” Y el bribón contrariado y mohíno, tomó las d Villadiego. El gallo machucho echó a reír, al verlo correr todo azorado, porque no hay mayor gusto que engañar al engañoso.

La liebre y las ranas


Meditaba una liebre en su madriguera: ¿en que pasar el tiempo, allí, a solas, sino en continua cavilación? Sumida estaba en el mayor aburrimiento: su natural es triste y medroso por añadidura. “¡Que gente tan desdichada es la asustadiza! Nada le hace provecho; no hay dicha completa para ella; siempre en continua zozobra” Así vivo yo: este maldito miedo no me deja dormir más que con los ojos abiertos. Corregíos, dirá algún docto maestro. Pero ¿hay alguna panacea para el miedo? Yo presumo, a decir verdad, que los mismos hombres tienen tanto miedo, o más, que nosotras las liebres.”

Tal pensaba, sin dejar un momento el atisbo. Estaba inquieta y temerosa: un soplo, una sombra, un nada, le daban calentura. El triste animalejo, cavilando de esta suerte, oye un ruido, y aquella fue la señal para echar a correr. Corriendo y más corriendo, paso junto a una charca. ¡Allí fue Troya! Por todas partes, ranas saltando al agua, y escondiéndose en el fango.
“¡Bueno es esto! Exclamó la liebre: ¡tan asustadiza como voy, aun asusto a los demás! Mi presencia ha sembrado el pánico en el estanque. ¿Desde cuándo valgo tanto? ¿Cómo es que hago temblar a tanta gente? ¿Seré un héroe? No es que siempre, en este mundo, pasó lo mismo: a un cobarde, otro mayor.”

El astrólogo que cayó en un pozo



Un astrólogo cayó un día dentro de un pozo y le decían: “¡Pobre infeliz! ¿No puedes ver lo que tienes a tu paso, y pretendes leer los secretos del cielo?”


Esta sencilla aventura, sin ir más lejos, puede servir de lección a muchos. Pocos hay que no se complazcan en oír a los que pretenden leer el libro del destino. Pero ese libro, que han cantado Homero y los suyos, ¿Qué es, sino el azar, en la antigüedad y la providencia entre nosotros? Respecto al azar, no cabe en él ciencia. De otro modo, no podría llamársele azar, suerte o fortuna, cosas inciertas todas ellas. En cuanto a la voluntad soberana del que lo gobierna todo con docto designio, ¿Quién la conoce más que el mismo? ¿Cómo adivinarla? ¿Acaso habrá escrito en las estrellas lo que ocultaba la noche los tiempos? ¿Para que fin? ¿Para ejercitar el ingenio de los que disertan sobre el globo terráqueo y el celeste? ¿Para hacernos evitar males que son evitables? ¿Para matar nuestros placeres haciéndolos prever de antemano? Error es, y aún crimen, creer tal absurdo. Muévase el firmamento, siguen los astros su carrera, nos alumbra l sol todos los días, sin que podamos seguir otra cosa que la necesidad de seguir sus leyes para el cambio de las estaciones, para que germine y sazone la cementera. Por lo demás ¿en qué responde a la mudable fortuna la marcha siempre igual del universo? Charlatanes, confeccionadores de horóscopos, abandonad la corte de los príncipes, y llevaos también a los alquimistas. Igual crédito merecéis unos que otros.
Pero me exalto demasiado: volvamos a la historia de aquel astrólogo en remojo. Además de significar la vanidad de su ciencia falaz, es imagen de los que corren tras ilusiones quiméricas, teniendo a sus pies el verdadero peligro.

La paloma y la hormiga


El otro ejemplo está sacado de animales más pequeños.
En un cristalino arroyuelo bebía una paloma. En esto, cayó al agua una hormiga, y la infeliz bregaba en vano dentro de aquel océano para cobrar tierra. La paloma fue caritativa: una hoja de hierba, que echó al arroyo, fue para la hormiga promontorio salvador.
A poco, pasó por aquel punto un muchacho descamisado y descalzo, armado de una ballesta. Así que diviso a la amable ave de Venus, juzgola ya en su marmita, y se relamía los labios; pero cuando aprestaba el arma, la hormiga le pica el talón. El mozuelo vuelve la cabeza; la paloma lo advierte y echa a volar. Y voló también la cena del ballestero.

El león y el ratoncillo


Importa favorecer y obligar a todos. Muchas veces puede sernos útil la persona más insignificante. Dos fábulas puedo alegar en apoyo de esta máxima .tanto abundan las pruebas.

Un ratoncillo, al salir de su agujero, viose entre las garras de un león. El rey de los animales, portándose en aquel caso como quien es, perdonole la vida. No fue perdido el beneficio. Nadie creería que el león necesitase al ratoncillo; sucedió, sin embargo, que, saliendo del bosque, cayó el valiente animal en unas redes, de las que no podía librarse a fuerza de rugidos. El ratoncillo acudió, y royendo una de las mallas, dejo en libertad al selvático monarca.


Paciencia y constancia consiguen a veces más que la fuerza y el furor.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Los dos asnos: uno cargado de esponjas y otro de sal

Empuñando triunfalmente el cetro, como un emperador romano, conduce un humilde arriero dos soberbios corceles, de aquellos cuyas orejas miden palmo y medio. El uno, cargado de esponjas, iba tan ligero como la posta; el otro a paso de buey: su carga era de sal. Anda que andarás, por sendas y vericuetos, llegaron al vado de un río, y se vieron en gran apuro .El arriero, que pasaba todos los días aquel vado, montó en el asno de las esponjas, arreando delante al otro animal. Era este antojadizo, y yendo de aquí para allá, cayó en un hoyo, volvió a levantarse, tropezó de nuevo, y tanta agua tomó, que la sal fue disolviéndose, y pronto sintió el lomo aliviado de todo cargamento.
Su compinche, el de las esponjas, quiso seguir su ejemplo, como asno de reata; zambullóse en el rió, y se empaparon de agua todos: el asno, el arriero y las esponjas. Estas hiciéronse tan pesadas, que no pudo llegar a la orilla, la pobra cabalgadura. El mísero arriero abrázabase a su cuello, esperando la muerte. Por fortuna, acudió en su auxilio no sé quien; pero lo ocurrido basta para comprender que no conviene a todos obrar de la misma manera.
Y esa es la conclusión de la fabula.

jueves, 20 de septiembre de 2007

El león y el mosquito


“¡Vete, bicho ruin, engendro inmundo del fango!”Así denuesta el León al mosquito. Este le declara guerra. “¿Piensas, exclama, que tu categoría real me asusta o intimida? Más corpulento que tú es el buey, y le conduzco a mi antojo.”
Dice, y el mismo suena el toque de ataque, trompetero y paladín a la vez. Hácese atrás, toma carrera, se precipita sobre el cuello del León .La fiera ruge relampaguean sus pupilas, llénasele la boca de espumarajos. Gran alarma. Gran alarma en aquellos contornos; todos tiemblan, todos se esconden; ¡y el pánico general es obra de un mosquito! El diminuto insecto hostiga al regio animal por todos lados; tan pronto le pica en el áspero lomo como en los húmedos hocicos, o se le mete en las narices. Entonces llega al colmo la rabia del León .Y su invisible enemigo triunfa y ríe, al ver que ni los colmillos, ni las garras le bastan a la irritada fiera para morderse y arañarse.
El rey de los bosques se hiere y desgarra él mismo; el golpea sus flancos con la resonante cola; azota el aire a más no poder; y su propio furor le fatiga y le abate.
El mosquito e retira de la pelea triunfante y glorioso: con el mismo clarín que anunció el ataque, proclama la victoria; corre a publicar por todas partes la fausta nueva; pero da en la emboscada de una araña, y allí tienen fin todas sus proezas.

¿Qué lecciones nos da esta fabulilla? Dos veo en ella; primera, que el enemigo más temible suele ser el más pequeño; segunda, que después de vencer los mayores peligros, sucumbimos a veces ante el menor obstáculo.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

El águila y el escarabajo


Perseguía el águila a Juan Conejo, y éste corría a todo correr hacia su madriguera. En el camino topó con la guarida del escarabajo. No era muy segura; pero, como no encontraba donde refugiarse, allí se agazapó. El águila se arrojaba ya sobre el cuando el escarabajo, metiéndose a redentor, le habló de esta manera: “Princesa de las aves, fácil cosa es para vuesa alteza, apoderaos de este infeliz, a pesar mío; pero, por compasión, no me hagáis ese ultraje. El pobre Juan conejo os pide merced de la vida; otorgádsela, o quitádnosla a entrambos: es mi vecino y mi compadre.”
El ave de Júpiter, sin decir palabra, da un aletazo al escarabajo, le echa patas arriba, le hace callar, y se lleva entre sus garras a Juan Conejo.
El escarabajo, enfurecido, vuela al nido del águila y en su ausencia rompe sus huevos, sus frágiles huevos, que eran toda su esperanza: ni uno solo quedó entero. Al volver el ave rapaz, viendo aquel desastre, llenó los cielos de gritos, y lo peor de todo, es que no sabía en quien tomar venganza. Vanos eran sus gemidos; en el aire se perdían. Todo el año duro la aflicción de la pobre madre.
Al año siguiente, hace su nido en sitio más alto. El escarabajo lo atisba, y despeña los flamantes huevos. La muerte de Juan conejo quedó vengada de nuevo. El dolor del Águila, esta segunda vez, fue tal, que en seis meses no callaron los ecos de la montaña.
Por fin, el ave de Ganímedes implora el auxilio del rey de los Dioses, y deposita los huevos en un pliegue de su manto, creyendo que en ningún otro lugar estarán más seguros; que el mismo Júpiter los defenderá, y que, después de todo, nadie tendrá la audacia de robárselos allí.
Y en efecto, no se los robaron. El enemigo cambió de táctica: ensuciose en el manto de la divinidad, y ésta, sacudiéndolo echó a rodar los huevos.
Cuando el águila lo supo, amenazó a Júpiter con abandonar su corte, con ir a vivir al desierto, y otras impertinencias. Júpiter calló. Compareció ante su tribunal el escarabajo: contó el caso y defendió su causa. Hicieron ver al águila que no tenía razón. Pero, como los adversarios no e avenían a las buenas, el soberano de los Dioses, para arreglar el asunto, apeló al recurso de variar el tiempo en que el águila hace su cría, trasladándolo a la estación en que el escarabajo está en cuarteles de invierno, escondido bajo tierra como la marmota.

La perra y su compañera


Hallábase una perra de pera en estado interesante, y no sabiendo dónde cobijarse para salir de él, consiguió de una compañera que le dejase entrar en su cubil por breve tiempo.
Al cabo de algunos días, vio a la amiga, y con nuevos ruegos le pidió que prorrogase el plazo una quincena. Los cachorrillos apenas podían andar; y con estas y otras razones logro lo que quería.
Pasó la prórroga, y la compañera volvió a pedirle su casa, su hogar y su lecho. Esta vez la perra le enseño los dientes, diciendo: “Saldré, con todos los míos cuando nos echeis de aquí.” Eran ya crecidos los cachorros.
Si das algo a quien no lo merece, lo lloraras siempre. No recobrarás lo que prestas a un tuno, sin andar a palos. Si le alargas la mano, tomara el brazo.

martes, 18 de septiembre de 2007

El pájaro herido de un flechazo


Herido mortalmente por emplumada flecha, lloraba un pajarillo su acerba suerte, y exclamaba, transido de dolor: “¡Contribuir a nuestro propio mal! ¡Eso es lo más triste! De nuestras alas tomáis, hombres crueles, las plumas que hacen volar vuestros mortales proyectiles”Pero, no te burles de nosotros, raza despiadada: tienes el mismo sino; siempre entre los hijos de Jafet, los unos proveen de armas a los otros.

El murciélago y las dos comadrejas


Un murciélago cayó en el nido de una comadreja: ésta, gran enemiga de los ratones, echose sobre él para devorarlo. “¡Que atrevimiento! Exclamó: te presentas aquí, teniendo yo tanto que sentir de los tuyos ¿No eres ratón? ¡Habla sin empacho! Sí, ratón eres, tan cierto como yo soy comadreja.-Perdonad, contestó el desdichado: no soy lo que os figuráis. ¡Ratón yo! ¡Calumnias son esas de los que me quieren mal! Pájaro soy, gracias a Dios: ¿No veis mis alas? ¡Vivan los habitantes del aire!”
Razonable era lo que decía, y la comadreja, convencida, dejolo ir. Dos días después, el aturdido murciélago, metiese sin pensar en la madriguera de otra comadreja, enemiga de los pájaros. ¡Otra vez en peligro de muerte! La señora de la casa abría ya el hociquillo para destrozarlo, en concepto de pájaro, cuando protestó la victima de la ofensa que se le infería: “¡Pájaro yo! No os habéis fijado bien. ¿Qué es lo que caracteriza a los pájaros? Las plumas. Ratón soy: ¡Viva la gente ratonil! ¡Dios confunda a los gatos!”

lunes, 17 de septiembre de 2007

Los dos toros y la rana



Dos toros indómitos peleaban: disputábanse el amor de una ternera. Una rana gemía y sollozaba.”¿Qué tienes?- díjole una compañera.- ¿No comprendes, contestole, que el final de esa contienda será el vencimiento y la fuga de uno de los combatientes, y que el otro, persiguiéndole le hará renunciar a esa floreciente pradera? No pudiendo disfrutar de sus pastos, vendrá a reinar el vencido entre las verdes cañas de nuestras charcas, y pateándonos bajo del agua, una ahora, otra después, seremos nosotras las víctimas de ese combate promovido por la señora ternera”.
Y era fundado su temor: uno de los Toros fue a refugiarse en sus marjales y en un momento aplastó más de veinte ranas.

¡Ah! siempre pagarán los pequeños las reyertas de los grandes.

Gran consejo celebrado por las ratas


Micifuf, gato famoso, hacía tal estrago en las ratas, que apenas se veía alguna que otra: la mayor parte estaba en la sepultura. Las pocas que quedaban vivas, no atreviéndose a salir de su escondrijo, pasaban mil apuros: y para aquellas desventuradas, Micifuf no era ya un gato sino el mismísimo diablo.
Cierta noche que el enemigo tuvo la debilidad de ir en busca de una gata, con la cual se entretuvo en largo coloquio, las ratas supervivientes celebraron consejo en un rincón, para tratar de los asuntos del día. La rata decana, que era rata de pro, dijo que cuanto antes había que poner a Micifuf un cascabel al cuello: así, cuando fuese de caza, le oirían venir y se meterían en la madriguera. No se le ocurría otro medio. A todas les pareció excelente. No había más que una dificultad: ponerle el cascabel al gato. Decía la una “Lo que es yo, no se lo pongo; no soy tan tonta.-Pues, yo tampoco me atrevo,”replicaba la otra.
Y sin hacer anda, se disolvió la asamblea.
¡En cuantas juntas y reuniones pasa lo mismo! ¿Hay que deliberar y discutir? Por todas partes surgen consejeros. ¿Hay que hacer algo? No contáis ya con nadie.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Contra los descontentadizos


Aunque hubiera recibido de Caliope, al nacer, cuantos dones ofrece esta musa a sus favoritos, consagraríamos todos a las ficciones de Esopo: la ficción y la poesía fueron siempre buenas amigas. Pero no he merecido tanto del Parnaso, que sepa adornar convenientemente esas fantasías. Hay quien da hermosa brillantez a las fábulas que inventa; yo procuro hacerlo: si no lo consigo, otro más docto lo hará.
Hice hablar, sin embargo, con nuevo estilo, al voraz lobo, y responder al humilde cordero. Hice más: los árboles y las plantas los he convertido en seres parlantes. ¿No parece cosa de encantamiento? “Es verdad, replicará el crítico, relatáis bien cuatro o seis cuentos de niños” ¿Los queréis, señor aristarco, más auténticos y de estilo más pomposo? Escuchad, pues.
Los troyanos, tras diez años de constante pelea en torno de sus fuertes maúllas, habían fatigado a los griegos, que apelaron en vano a mil medios diferentes, a repetidos asaltos y a continuos combates, para rendir la invencible fortaleza, cuando un caballo de madera, invención de Minerva, de nuevo y extraño artificio, recibió en sus huecos flacos al prudente Ulises, al bravo Diomedes, al impetuoso Ayax, personajes todos que el monstruo colosal debía introducir en Troya para destruir la ciudad entera y hasta su mismo dios, añagaza inaudita , que recompensó con creces el esfuerzo y a constancia de sus autores…
“¡Basta ya!, por favor, exclamará alguno de nuestro censores: ese período es muy largo; hay que cortarlo para tomar aliento; y por otra parte, vuestro caballo de madera, con los héroes y las falanges escondidas es un cuento más inverosímil que el del zorro lisonjeando al cuervo. Por añadidura no os sienta bien el estilo elevado.”
Pues, bajemos el tono.
Sueña con Alcides la celosa Amarilis, y piensa no tener más testigos de su afán que su mastín y sus ovejuelas. Tirsis, que la divisa, deslíaze entre los sauces, y sorprende a la zagala dirigiendo sus dulces quejas al céfiro y rogándole que las llevase a su infiel amador…
“Permitid que os interrumpa: esa palabreja no me parece castiza; preciso será que la cambiéis…”
¿Callaras critico implacable? ¿Me dejaras acabar el cuento? Trabajo le doy al que se proponga agradarte.

No hay gente más infeliz que los descontentadizos: ¿Qué mayor desdicha que no parecerles bien nada?

miércoles, 12 de septiembre de 2007

La encina y la caña

Dijo la encina a la caña: “Razón tienes para quejarte de la naturaleza: un pajarillo es para ti grave peso; la brisa más ligera, que risa la superficie del agua, te hace bajar la cabeza. Mi frente, parecida a la cumbre del Cáucaso, no solo detiene los rayos del sol; desafía también la tempestad .Para ti, todo es aquilón; para mi céfiro. Si nacieses, a lo menos, al abrigo de mi follaje, no padecerías tanto: yo te defendería de la borrasca. Pero casi siempre brotas en las húmedas orillas del reino de los vientos ¡injusta ha sido contigo la naturaleza! -Tu compasión, respondió la caña, prueba tu buen natural; pero no te apures. Los vientos no so tan temibles para mi como para ti .Me inclino y me doblo pero no me quiebro .Hasta el presente has podido resistir las mayores ráfagas sin inclinar el espinazo; pero hasta el fin nadie es dichoso”.
Apenas dijo estas palabras, de los confines del horizonte acude furibundo el, más terrible huracán que engendró el septentrión .Ela árbol resiste, la caña se inclina; el viento redobla sus esfuerzos, y tanto porfía, que al fin arranca de cuajo la encina que elevaba la frente al cielo y hundía sus pies en los dominios del tártaro. ”

Los zánganos y las abejas

Por la obra se conoce al obrero.
Sucedió que algunos panales de miel no tenían dueño. Los zánganos los reclamaban, las abejas se oponían; llevose el pleito al tribunal de cierta avispa: ardua era la cuestión; testigos deponían haber visto volando alrededor de aquellos panales unos bichos alados, de color oscuro, parecido a las abejas; pero los zánganos tenían las mismas señas .La señora avispa, no sabiendo qué decidir, abrió de nuevo el sumario, y para mayor ilustración, llamó a declarar a todo un hormiguero; pero ni por esas pudo aclarar la duda.
“¿Me queréis decir a qué viene todo esto? Preguntó una abeja muy avisada. Seis meses hace que esta pendiente el litigio, y nos encontramos lo mismo que el primer día. Mientras tanto, la miel se está perdiendo Ya es hora de que el juez se apresure; bastante le ha durado la ganga. Sin tantos autos ni providencias, trabajemos los zánganos y nosotras, y veremos quién sabe hacer panales tan bien concluidos y tan repletos de rica miel”.No admitieron los zánganos, demostrando que aquel arte era superior a su destreza, y la avispa adjudico la miel a sus verdaderos dueños.

Así debieran decidirse todos los procesos. La justicia de moro es la mejor. En lugar de código, el sentido común. No sucedería como pasa muchas veces, que el juez abre la ostra, se la come, y les da la concha a los litigantes.

El gallo y la perla

Un día cierto gallo, escarbando el suelo, encontró una perla, y se la dio al primer lapidario que halló a mano. “Fina me parece, le dijo, al la; pero para mí vale más cualquier grano de mijo o avena”

Un ignorantón heredó un manuscrito, y lo llevó en el acto a la librería vecina.”Paréceme cosa de mérito, le dijo al librero; pero para mí, vale más cualquier florín o ducado.”

domingo, 9 de septiembre de 2007

El niño y el maestro de escuela


En esta fabulita quiero haceros ver cuán intempestivas son a veces las reconvenciones de los necios.

Un muchacho cayó al agua, jugando a la orilla, del sena. Quiso Dios que creciese allí un sauce, cuyas ramas fueron su salvación. Asido estaba a ellas, cuando pasó un maestro de escuela. Gritole el niño: “¡Socorro, que muero¡”El dómine , oyendo aquellos gritos, volviese hacia él, muy grave y tieso, y de esta manera le adoctrinó : “¿Habráse visto pillete como el ? Contemplad en que apuro le ha puesto su atolondramiento. ¡Encargaos después de calaverillas como este! ¡Cuán desgraciados son los padres! Que tienen que cuidar de tan malas pécoras! ¡Bien dignos son de lastima!” y terminada la filípica, sacó al muchacho a la orilla.
Alcanza esta crítica a muchos que no se lo figuran. No hay charlatán, censor, ni pedante, a quien no siente bien el discursillo que he puesto en labios del Dómine. Y de pedantes, censores y charlatanes, es larga la familia. Dios hizo muy fecunda esta raza. Venga o no venga al caso, no piensan en otra cosa que en lucir su oratoria.-Amigo mío sácame del apuro y guarda para después la reprimenda.

El zorro y la cigüeña

El señor zorro la echó un día de grande, y convido a comer a su comadre la Cigüeña. Todos los manjares se reducían a un sopicaldo: era muy sobrio el anfitrión. El Sopicaldo fue servido en un plato muy llano. La cigüeña no pudo comer nada con su largo pico, y el señor Zorro sorbió y lamió perfectamente toda la escudilla.
Para vengarse de aquella burla, la Cigüeña le convidó poco después. “¡De buena gana! Le contestó; con los amigos no gasto en ceremonias.” A la hora señalada, fue a la casa de la cigüeña; hizole mil reverencias, y no encontró la comida a punto. Tenía muy buen apetito y trascendía a gloria la vianda, que era un sabroso salpicón de exquisito aroma .Pero, ¿Cómo lo sirvieron? Dentro de una redoma, de cuello largo y angosta embocadura. El pico de la cigüeña pasaba muy bien por ella, pero no el hocico del señor Raposo. Tuvo que volver en ayunas a su casa, orejas gachas, apretando la cola y avergonzado, como si, con toda astucia, le hubiese engañado una gallina.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Un hombre de cierta edad y sus dos amantes.


Un hombre de edad madura, más pronto viejo que joven, pensó que era tiempo de casarse. Tenía el riñón bien cubierto, y por tanto, donde elegir; todas se desvivían por agradarle. Pero nuestro galán no se apresuraba. Piénsalo bien, y acertaras.
Dos viuditas fueron las preferidas. La una, verde todavía; la otra más sazonada, pero que reparaba con auxilio del arte lo que había destruido la naturaleza. Las dos viuditas, jugando y riendo, le peinaban y arreglaban la cabeza. La más vieja le quitaba los pocos pelos negros que le quedaban, para que el galán se le pareciese más. La más joven, a su vez, le arrancaba las canas ; y con esta doble faena, nuestro buen hombre quedó bien pronto sin cabellos blancos, ni negros.
“Os doy gracias, les dijo oh señoras más, que tan bien me habéis trasquilado .Más es lo ganado que lo perdido, porque ya no hay que hablar de bodas. Cualquiera de vosotras, que escogiese, querría hacerme vivir a su gusto y no al mío. Cabeza calva no es buena para esas mudanzas :muchas gracias, pues por la lección.”

La muerte y el leñador

Un pobre leñador, agobiado bajo el peso de los haces y de los años, cubierto de ramaje, encorvado y quejumbroso, camina a paso lento, en demanda de su ahumada choza. Pero, no pudiendo ya más, deja en tierra la carga, cansado y dolorido, y se pone a pensar en su mala suerte. ¿Qué goces ha tenido desde que vino al mundo?¿Hay alguien más pobre y mísero que él en la redondez de la tierra ?El pan le falta muchas veces, y el reposo siempre: la mujer, los hijos, los soldados, los impuestos, los acreedores, la carga vecinal, forman la exacta pintura de sus desdichas. Llama a la muerte; viene sin tardar y le pregunta qué se le ofrece “Que e ayudes a volver a cagar estos haces; al fin y al cabo no puedes tardar mucho”

La muerte todo lo cura; pero bien estamos aquí: antes padecer que morir, es la divisa del hombre.


La muerte y el desdichado

Un desdichado llamaba todos los días en su ayuda a la muerte. “¡Oh muerte! exclamaba: ¡Cuan agradable me pareces! Ven pronto y pon fin a mis infortunios.”La Muerte creyó que le haría un verdadero favor, y acudió al momento. Llamó a la puerta, entró y se le presento. “¿Qué veo? Exclamo el desdichado; llevaos ese espectro; ¡cuán espantoso es! Su presencia me aterra y horroriza ¡No te acerques, oh muerte! ¡Retírate pronto!”

Mecenas fue hombre de gusto; dijo en cierto pasaje de sus obras “Quede cojo, manco, impotente, gotoso, paralítico; con tal de que viva, estoy satisfecho. ¡Oh muerte! ¡No vengas nunca!”Todos decimos lo mismo.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Simónides preservado por los dioses

Nunca alabaremos bastante a los dioses, a nuestra amante y a nuestro rey. Malherbe lo decía, y suscribo a su opinión: me parece una excelente, máxima. Las alabanzas halagan los oídos y ganan las voluntades: muchas veces conquistáis a este precio los favores de una hermosa. Veamos cómo las pagan los Dioses.

El poeta Simónides se propuso hacer el panegírico de un atleta, y tropezó con mil dificultades. El asunto era árido: la familia de la atleta, desconocida; su padre, un hombre vulgar, él desprovisto de otros méritos. Comenzó el poeta hablando de su héroe, y después de decir cuanto pudo, salióse por la tangente, ocupándose de Cástor y Pólux; dijo que su ejemplo era glorioso para los luchadores; ensalzo sus combates, enumerando los lugares en que más se distinguieron ambos hermanos ;en resumen: l elogio de aquellos Dioses llenaba dos tercios de la obra.
Había prometido el atleta pagar un talento por ella; pero cuando la hubo leído no dio más que la tercera parte, diciendo sin pelos en la lengua, que abonasen el resto Cástor y Pólux.”Reclamad a la celestial pareja, añadió. Pero quiero obsequiaros, por mi parte venid a cenar conmigo. Lo pasaremos bien: los convidados son gente escogida; mis parientes y mis mejores amigos: sed de los vuestros.”Simónides aceptó: temió perder, a más de lo estipulado, los gajes del panegírico. Fue a la cena: comieron bien; todos estaban de buen humor. De pronto se presenta un sirviente, avisándole que a la puerta había dos hombres preguntando por él. Se levanta de la mesa, y los demás continúan sin perder bocado. Los dos hombres que le buscan, son los celestes gemelos panegíricos. Dánle gracias, y en recompensa de sus versos, le advierten que salga cuanto antes de la casa, porque va a hundirse.
La predicción se cumplió .Flaqueó un pilar; el techo, falto de apoyo, cayó sobre la mesa del festín, quebrando platos y botellas. No fue esto lo peor: para completar la venganza debida al vate, una viga rompió al atleta las dos piernas y lastimó a casi todos los comensales. Publicó la fama estas nuevas “¡Milagro!” gritaron todos; y doblaron el precio a los versos de aquel varón tan amado de los Dioses. No hubo persona bien nacida que no le encargase el panegírico de sus antecesores, pagándolo a quien mejor.

Vuelvo a mi texto, y digo, en primer lugar, que nunca serán bastante alabados los Dioses y sus semejantes. En segundo lugar, que Melpómene muchas veces, sin desdoro, vive de su trabajo; y por último , que nuestro arte debe ser tenido en algo. Hónranse los grandes cuando nos favorecen: en otro tiempo, el Olimpo y el Parnaso eran hermanos y buenos amigos.

martes, 4 de septiembre de 2007

Los ladrones y el jumento



Por un jumento robado se peleaban dos ladrones. Mientras llovían puñetazos, llega un tercer ladrón y se lleva el borriquillo.

El jumento suele ser alguna mísera provincia; los ladrones, éste o el otro príncipe, como el de Transilvania, el de Hungría o el otomano .En lugar de dos, se me han ocurrido tres: bastantes son ya. Para ninguno de ellos es la provincia conquistada: viene un cuarto, que los deja a todos iguales, llevándose el borriquillo.