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sábado, 29 de septiembre de 2007

Las ranas pidiendo rey


Cansáronse las ranas de vivir en República, y tanto clamaron, que Júpiter les dio la monarquía que solicitaban. Hizo caer del cielo un rey tan pacífico, que no podía serlo más. Pero produjo tal estruendo al caer, que aquella gente anfibia, medrosa y asustadiza por demás, e ocultó corriendo bajo del agua, entre los juncos y las cañas, en el fondo y los escondrijos del estanque, sin atreverse en mucho tiempo a mirar cara a cara a quien juzgaban terrible gigantón.
El gigantón no era más que un poste, que asusto a la primera rana que se atrevió a salir de su madriguera; pero al poco rato, se acercó, temblando todavía, y como otra la siguiese, y otra después, reuniose un tropel de aquellos tímidos animalejos, y perdiendo el miedo, saltaron en fin familiarmente, sobre el temido monarca. Su majestad lo consintió sin dar señales de vida; y en el acto comenzó Júpiter a oír nuevos clamores.
“Dadnos, decía el pueblo de la charca, un rey de veras,”y el rey de los Dioses envióles una voraz grulla, que incontinenti comenzó a atrapar y engullir súbditos a su antojo.
¡Que lamentos entonces los de las ranas! Pero Júpiter les contestó: “Basta ya de veleidades. ¿Ha de estar acaso pendiente mi voluntad de vuestro capricho? Debisteis conservar vuestro primer gobierno; y en caso de mudanza, daros por contentas de que vuestro rey fuese pacífico y manso. Puesto que aquél no lo quisisteis, aguantas ahora a éste, aunque no más sea por miedo a que os envié otro peor.”

El lobo pastor


Un lobo, que no encontraba bastante pasto entre las ovejas de la vecindad, buscó la ayuda de una piel de zorro para disfrazarse. Vistiese de pastor, endosando una zamarra, empuño un cayado y colgó a la espalda una zampoña. Para completar la estratagema, no le faltaba más que escribir en la cinta del sombrero. “Yo soy Perico, pastor de este rebaño.” Metamorfoseado de tal suerte, y apoyando las patas delanteras en el cayado, acércase poco a poco el fingido Perico. El perico de veras, tendido sobre el blando césped, dormía como un lirón. Dormía también su perro, y hasta la gaita dormía. Para dormir todos, dormían asimismo las ovejas. A fin de engañarlas mejor, y atraerlas a su madriguera, el lobo quiso reforzar con sus palabras el engaño de su disfraz; pero esto fue lo que le perdió. Por más que hizo, no pudo imitar la voz del pastor. El áspero timbre de la suya hizo resonar el bosque y descubrió la añagaza. Despertaron todos, las ovejas, el mastín y el zagal. El pobre lobo, con el estorbo de la zamarra, no pudo huir ni defenderse.

Siempre dejan los bribones algún cabo suelto.

El estomago


Debí comenzar mi obra por la monarquía. Bajo cierto aspecto considerado, es imagen suya el estómago; cuando éste sufre algo, todo el cuerpo se resiente.
Cansados una vez de trabajar por él los diversos miembros del cuerpo humano, resolvieron vivir en la holganza, siguiendo su ejemplo. “Que se mantenga de aire” decían; “trabajamos y sudamos como bestias de carga, y ¿para quién? Tan solo para el. De nada nos sirven nuestros afanes, mientras él vive a nuestras expensas. Hagamos como él hace; holguemos.” Dicho y hecho; las manos dejaron de asir, los brazos de moverse y las piernas de caminar. Todos dijeron al estómago que se buscase la vida; pero ¡cuán pronto se arrepintieron! A poco, los desdichados miembros quedaron enteramente debilitados. Faltos de nueva sangre; languidecieron todos; y los revoltosos se convencieron de que aquel a quien llamaban ocioso y holgazán contribuía tanto o más que ellos al bien común.

¡Que bien se aplica esto a la majestad real! Mucho recibe, pero también da mucho, y el resultado es igual. Todos trabajan para ella, y de ella todos viven. Mantiene al artesano, enriquece al mercader, da sueldo al magistrado, hace vivir al labrador, paga al militar, distribuye por todas partes sus mercedes, y sostiene too el peso del Estado. Bien lo explico Menenio Agrippa; el pueblo romano quería separarse del senado; alegaban los descontentos que éste monopolizaba el mando, el poder, las riquezas y los honores, dejándole todos los males: los tributos, los impuestos las fatigas de la guerra. Ya habían salido los plebeyos de la ciudad y muchos de ellos iban en busca de otra patria, cuando Menenio les hizo ver que Pueblo y senado eran dos miembros de un solo cuerpo, y con este apólogo famoso desde entonces, los redujo a su deber.

viernes, 28 de septiembre de 2007

El molinero, su hijo y el jumento


A la Grecia, madre de las artes, debemos el apólogo, pero esta es una mies tan abundante, que aun encuentran algo que espigar los últimos que llegan. La ficción es un país extensísimo, lleno de regiones desconocidas; todos los días se hacen en él nuevos descubrimientos. Voy a referir una historia muy ingeniosa: Malherbe la contó al marqués de Racan.
Estos dos émulos de Horacio y herederos de su lira, hallabánse un día a solas y sin testigos, confiándose sus propósitos y sus cuidados. Racan le decía a Malherbe:
“Aconsejadme vos, que tan ducho sois en las cosas del mundo, y que tenéis larga experiencia de él en vuestra avanzada edad. ¿Qué resolución debo tomar? Ya es tiempo de que piense en ello. Conocéis mi posición, mi linaje y mi carácter. ¿Me estableceré en mi provincia nata, buscare colocación en el ejercito, o entraré en la corte? Todo tiene su pro y su contra: hay delicias en la dura guerra y peligros hasta en el dulce himeneo. Si hubiera de seguir mi capricho, no dudaría, pero tengo que contentar a los míos, a la corte, y al pueblo entero.- ¡Contentar a todos! Exclamó Malherbe: antes de contestaros, oíd un cuento.”
“Leí no sé donde que un Molinero y su hijo, viejo aquél y muchacho éste, pero no pequeñuelo, sino de quince años bien cumplidos, iban a una feria para vender su jumento. Para que estuviese más descansado y de mejor ver, atárosle las patas y cargaron con él entre el padre y el hijo. El primero que topó con ellos en el camino, soltó la carcajada. “¡Que pareja de idiotas! ¡Que rústicos tan rematados! iba diciendo. ¿Qué se proponen con esa extravagancia? No es más jumento quien más lo parece.” El molinero, oyendo tales razones, se arrepiente de su tontería, deja en el suelo al borrico y le quita las ataduras. El animal, que iba acostumbrándose a caminar a cuestas, comenzó a querellarse en su especial dialecto, pero el molinero cerró los oídos a sus quejas, hizo montarse al muchacho y prosiguieron su camino.”
Encontraron a poco tres mercaderes, y el más viejo, gritando todo cuanto pudo díjole así al cabalgante: “Apead si tenéis pizca de vergüenza, mozo borriqueño. ¿Cuándo se ha visto que un muchacho lleve lacayo con canas? Monte el viejo y sírvale el joven de Espolique.-Caballeros, contesto el Molinero, razón tenéis de sobra, y fuerza será contentaros .Echó pie a tierra el muchacho, y montó el viejo en el rucio.”
Pasaron en esto tres mozuelas, y exclamó una de ellas: “¡Que valor! ¡Hacer ir a pie a ese muchacho, cayendo y tropezando, mientras va aquel hambrón en el pollino, hecho un papanatas!”. Replico el molinero, hubo dimes y diretes, hasta que el pobre hombre abochornado, quiso remediar su error y puso al chico en la grupa.
Aun no habían andado treinta pasos, cuando encuentran otro pelotón de pasajeros, y empiezan de nuevo los comentarios. Locos están, dice uno de ellos: el jumento no puede más ¡Va a reventar! ¡Cargar de esa manera un pobre animal! ¿No tienen lastima de quien bien les sirve? Irán a la feria a vender su pellejo.- ¡Voto a bríos! Exclamo el molinero loco de remate es quien se propone contentar a todos. Pero, hagamos otra prueba para ver si lo conseguimos, apearonse los dos y el asno, rozagante y satisfecho marchaba delante de ellos. Paso entonces otro viandante y al verlos: modas nuevas la cabalgadura descansada y el dueño echando los bofes. Así hacen gastar los zapatos y preservar al borriquillo. ¡Tres eran tres y a cual más jumento!
-Jumento sois de veras prorrumpió exasperado el molinero: “Jumento me confieso y me declaro pero en adelante digan lo que quieran, alábenme o critíquenme he de hacer mi santa voluntad”. Y así lo hizo; y obró perfectamente”.
Vos, señor, seguid las banderas de Marte, o las del Amor, o servid a la corte, o encerraós en vuestro pueblo: tomad mujer, hacéos fraile, id y venid a nuestro antojo: podéis estar seguro de que os criticarán de todos modos.